sábado, 31 de marzo de 2012

Carta

Tú,

Siendo amigos hablamos del amor, hablamos de lo lejos que tú y yo estábamos de querernos diferente. Recuerdo que me decías algunas cosas sobre las naranjas y las medias naranjas, tema ya agotado por los libros y las parejas. Yo, mientras tanto, guardaba silencio. Me gustaba estar ahí, sin hablar, sin decir una palabra porque me gusta ese silencio cómodo entre los dos, me gusta ese silencio íntimo. Sin embargo, no creas que no te escuchaba, yo seguía cuidadosamente cada una de tus palabras, tus frases largas y tus ojos que se tornaban rojizos. Esa tarde comprendí que no estábamos listos para los dos.
No estábamos listos porque yo no sé querer. Sí, no sé querer y te decía: Te quiero. ¿Cómo te quiero? He comprendido que lo hago “mal”.
Hoy, mientras fingía jugar al ajedrez, me sentí como esa naranja que va un segundo al exprimidor y no regresa. No quiero quererte para no volver. Me gustaría mejor quererte como tú dices que me quieres. Me dices así: te quiero simplemente, sin exageraciones. Así es como tú me quieres mejor.
He llegado entonces a la conclusión de que no hay justicia entre mi querer y tu querer. Tú me quieres como se quiere “bien”, con ese amor que es como un compartir, yo en cambio ya no sé, ni siquiera, si te quiero.
Mientras movía las piezas del ajedrez pensé que te dejaría decir adiós, y fue así, como se esfumó la oportunidad de ganar esa partida, como se marcharon las razones de seguirte queriendo de esta manera. Es que no es una buena idea continuar con esto.
Entonces, te confieso que fue exactamente ahí cuando abandoné ese juego y decidí que lo mejor era no quererte más. De todas formas no estamos listos para los dos.
No te has dado cuenta que tú me dices adiós y yo te digo hasta pronto. Tú me dices linda noche y yo “nos vemos mañana”. Es decir, sólo pienso en ti pensando en mí. Esta noche, cuando te dije te quiero, descubrí que la verdad es que no lo sé.
Si dejo de quererte podría comenzar otra vez. Un día podría quererte pero “bien”. Cómo te parece si te encuentro a través de las observaciones y logro, por ejemplo, decirte que no quiero nada. Cómo te parece si mañana te digo linda noche y buen camino. Me gustaría encontrarte por un lugar diferente, así podría convertir ese instante previo al abrazo, en un beso o en un real: te quiero.
Cuando tú te des cuenta de lo que pasa, déjame irme una vez o dos veces, hasta tres si es necesario. Quiero decirte adiós sin quedarme en el mismo lugar. Será mejor para mí, para ti y para los dos volver a encontrarnos en un lugar diferente. Te propongo que seamos mejor desconocidos. Recordemos que un tiempo atrás, quizá en otra vida, fuimos personas en común pero que hoy no existe algo que nos una. Será así como tú me dejarás conocerte, me dejarás encontrarte en tus detalles y tus modos. Sólo así, creo, podré decirte te quiero y tu me entenderás cómo.

sábado, 3 de marzo de 2012

Si el amor huyó



Pues Si El Amor Huyó


Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue…
dejemos al amor y vamos con la pena,
y abracemos la vida con ansiedad serena,
y lloremos un poco por lo que tanto fue…

Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue…

Dejemos al amor y vamos con la pena...
Vayamos a Nirvana o al reino de Thulé,
entre brumas de opio y aromas de café,
y abracemos la vida con ansiedad serena

Y lloremos un poco por lo que tanto fue…
por el amor sencillo, por la amada
 tan buena,
por la amada tan buena, 
de manos de azucena…

¡Corazón mentiroso! ¡si siempre la amaré!

León de Greiff. 

León de Greiff fue quien le enseñó a García Márquez a jugar al ajedrez. Cómo serían las clases del León, quien a pesar de no tener una reputación de buen ajedrecista, quizá comprendía muy bien a los aficionados del juego rey. Seguro le diría a Márquez, que de vez en cuando tendría que sacrificar una pieza, que la pieza se iría de la partida y que si se ponía en su contra el juego, no debía rendirse, pero sí  tomar más precauciones y que se debería poner triste por su error. Y al final le diría que eso era importante, que en el ajedrez como en la vida, importa la tristeza cuando algo se nos va.

Seguramente, ya al final de la tarde, mientras guardaban el tablero, también diría: aunque te pongas triste Gabo, aunque sientas que la partida ya se fue de tus manos, y aún conserves la esperanza de sacarla adelante,  no te olvides que la partida ya está perdida.